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Hay una frase que dice: «hay que vivir con los pies en el suelo». Se supone que se dice a los que tienen la tentación ... de subirse a las nubes del éxito, perder la perspectiva de que todo lo que sube, acaba bajando, y que más dura será la caída si uno se siente invencible en los altos tronos. Pero yo no creo que sea sólo una reflexión para momentos puntuales. Para bajar el suflé de instantes de órdago. A mí me parece un mantra vital. Sobre la importancia de ser llano, humilde, pegado a lo terrenal. De estar orgulloso de las raíces de uno, de primar más lo mundano que lo celestial. «De pueblerino a pueblerino». La semana pasada empezaba así una pregunta al mítico periodista Manuel Campo Vidal. Era un martes a mediodía y la Gran Vía madrileña bullía de hombres de negocios con trajes de diseño, jovencitas con modelos casi dignos de una pasarela y tiendas con una cantidad de clientes sin nada que envidiar a un día de rebajas. En el frescor de la sede de Prisa en la arteria de la capital (Campo Vidal presentó durante cuatro años el icónico 'Hora 25') pasé algo más de una hora charlando con quien es una autoridad en el oficio. Asombrándome de los estudios de la Ser, de un tamaño que sería como comparar un loft de 100 metros cuadrados con el estudio tamaño trastero con el que yo di mis primeros pasos en esta profesión allá en la entrañable Radio Encuentro de Utiel. «Es que soy de pueblo...», dije entre risas a la compañera de Prisa y a Campo Vidal mientras me enseñaban las instalaciones. «Y qué grande es eso...», respondió muy serio el veterano presentador. Así que «de pueblerino a pueblerino» me sentí durante la entrevista. Porque Campo Vidal hasta conserva andares de pueblo. Pese a haberse codeado con los hacedores de la Transición, haber conducido debates televisivos históricos (como el pionero González-Aznar), viajado a Bruselas para desentrañar los misterios de la política europea o haber surfeado durante años entre enmoquetados despachos de los magnates españoles de la comunicación. Sus respuestas a las preguntas sobre su pueblo demuestran que es de lo que más orgulloso está. Deletreó Camporrells con los ojos muy abiertos para asegurarse que se plasmaba bien el nombre de allá donde nació. Le brillaba la mirada cuando recordaba la casa de sus abuelos, entre cuatro periódicos diarios que alimentaron su alma profesional, o los viajes por España con su padre, comercial de una empresa eléctrica. Raíces. Vitales para no caerse en la vida, el agarradero para cualquiera, como lo fueron para el gigantesco y centenario eucalipto del barranco de Paiporta que resistió a la dana. Por muy grande que seas, no eres nada sin raíces. Me lo comentó el magno Puche tras leer la entrevista a Campo Vidal. Cronista de la ciudad de Valencia y uno de los directores más humanos que he tenido. «Lo que más engancha es la búsqueda de ese señor que viene de un pueblo pequeño. El periodista que viene de abajo y no se corta por eso. Nada de grandes salones». Y vaya si es cierto. Nos sobran en la vida ínfulas y nos faltan calcetines rotos. Paseos por las afueras, como me dijo el maestro Puche. «Tú has buscado en Campo Vidal esos rasgos. Él ha entrado porque le gustaba. Y tú, al mismo tiempo te has retratado». De pueblerino a pueblerino. Y a mucha honra. Nos faltan raíces en la vida. Gustarse con polvo en los pantalones. O en el oficio, como también dijo Puche: «Me doy cuenta de que ese periodismo escasea y es necesario. El del chaval que ha jugado a las chapas en la calle».
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