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Separadas por una década, se registran las dos temporadas que representaron el regreso del Valencia a Europa tras un lustro de ausencia. Los goles de Kempes y el poder demoledor en Mestalla durante el ejercicio 77-78 llevaron a la cuarta plaza cuando concluyó la Liga. La seguridad defensiva como equipo menos goleado en la campaña 88-89, bajo la batuta de Víctor Espárrago, situó a los valencianistas en la tercera posición al finalizar el campeonato. Si el argentino conquistó el Pichichi en el ejercicio previo a su consagración mundialista, Ochotorena se adjudicó el trofeo Zamora once años después. Los valencianistas recuperaron, en ambos casos, su participación en los torneos continentales, aunque lo lograron de dos formas bien diferentes.
El Valencia de la temporada 77-78, entrenado por Marcel Domingo, se fundamentaba en la inspiración goleadora del Matador y a su condición de equipo intratable como local. Desde el inicio del campeonato ganó todos los partidos de casa y ninguno fuera. En total, se acumularon siete triunfos seguidos en Mestalla, y salvo uno por la mínima y de penalti en el último minuto ante el Burgos, el resto fue gracias a marcadores amplios. En los desplazamientos, se consiguieron sendas igualadas, ambas en el Norte, ante el Racing y el Sporting. El resto fueron derrotas, tres de ellas seguidas por 1-0. La incontestable autoridad que se exhibía en casa, desaparecía como visitante.
Con el cambio de año, vino una crisis. El Valencia conoció su primera derrota en Mestalla. El 1 de enero la Real Sociedad se impuso por 0-1. Poco después vinieron sendos pinchazos en forma de empate. Ante el Atlético y el Racing se vio lo impensable: Kempes falló un penalti en cada encuentro. El primer triunfo alcanzado fuera, ante el Cádiz por 1-2, devolvió la confianza en un equipo que volvió a tropezar en su feudo ante la UD Las Palmas. A partir de ese día, el Valencia metió la directa y acumuló 6 triunfos en 8 jornadas, que le situaron en la parte alta de la clasificación. El Madrid y el Barça cayeron en Mestalla, el Rayo se llevó 7 goles en una noche de frenesí. Los valencianistas tuvieron al alcance el subcampeonato, aunque una derrota en la última jornada en el Camp Nou lo evitó.
Diez años después, en el verano de 1988, el Valencia despegaba con un proyecto sólido y una plantilla en la que se combinaba la llegada de refuerzos de acreditada solvencia con la madurez de la gente joven de casa que ya se había curtido. A los Fernando, Quique, Arroyo, Voro, Giner, se unían Eloy Olaya y Ochotorena, como incorporaciones más llamativas. Por si faltaba algo, en la plantilla permanecían jugadores de la experiencia de Sempere, Arias, Subirats, y Bossio. Si un rasgo define aquel Valencia, era su fiabilidad. Al frente estaba Víctor Espárrago, un técnico en clara progresión tras sus buenas campañas en Huelva y Cádiz, que se doctoró en Mestalla. El rendimiento de aquel plantel fue muy regular. Un equipo inexpugnable con unos números singulares.
El Valencia de la campaña 88-89 solo perdió 7 partidos en 38 jornadas, los mismos que el equipo de Rafa Benítez en el ejercicio del doblete, temporada 2003-04. Otra característica llamativa fue la elevada rentabilidad obtenida a su escaso bagaje realizador: tan sólo marcó 39 goles. De hecho, el Valencia venció en seis ocasiones por 0-1 en sus desplazamientos. Un solitario gol también proporcionó cinco victorias en Mestalla.
Salvo en el partido intrascendente que cerraba el campeonato, -tuvo lugar en el Bernabé un viernes por la noche-, en el resto de salidas nunca conoció la derrota si marcaba un gol. El empate, como mínimo, estaba garantizado. En aquellos tiempos, el triunfo se premiaba con dos puntos. Ningún equipo fue capaz de marcarle al Valencia más de dos goles. La mayor renta favorable para el conjunto de Espárrago tuvo lugar en la penúltima jornada, en el partido que cerraba la campaña en casa. Ante el Real Betis, y en un ambiente enardecido en la grada, los goles de Arroyo, Alcañiz y Fernando llevaron el 3-0 al marcador y dejaron al rival a un paso del descenso.
La tenacidad y la exigencia del entrenador uruguayo tuvieron el resultado deseado. Metódico y práctico, Espárrago creó un equipo a su imagen y semejanza, que jugaba de memoria y al que los buenos resultados convirtieron en imbatible. En la segunda vuelta del torneo conoció solamente una vez la derrota, al margen de la del epílogo. Con estos datos se entiende que José Manuel Ochotorena alcanzara el trofeo «Ricardo Zamora», al portero menos goleado. Fernando Gómez fue el mejor artillero con 14 goles.
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