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Ignacio Sáez Mansilla, ganadero a tiempo parcial y con pasión absoluta, propietario de la divisa de Valdelapeña, el único criador de bravo de la provincia ... de Valencia cuyo hierro está inscrito en la acrisolada Real Unión de Criadores de Toros de Lidia, la agrupación de ganaderos que siempre se conoció como «la de primera». Un caso singular. Si criar en la baja Andalucía toros bravos con los ojos verdes como pretendió Fernando Villalón fue una locura poética que aseguran le llevó a la ruina, criar toros bravos desde Valencia en el siglo XXI tiene también mucho de romanticismo y no es menos locura por mucho que su apasionado criador, Ignacio, exalumno de los escolapios, economista, valenciano con raíces en tierra de toros: «Mis padres descienden de Checa», pueda tener, seguro que lo tiene, la fórmula para que no sea una ruina ni siquiera caiga en la excentricidad.
Lo suyo es una muestra de lealtad a su afición de siempre: «Era tan niño que no recuerdo el primer día que mi padre me llevó a la plaza de Valencia. Ese es el origen de mi devoción». Escuchándole entiendes que la aventura es poco menos que un mandato del destino y un ejercicio de lealtad: él no lo quería ni lo buscó. Le llegó el reto y lo asumió. Su historia comenzó en 2020. «Nos enteramos de la existencia en Portugal de un lote de vacas de origen Osborne que había pertenecido a mi amigo Pedro García la Rubia, hijo de García Merchante, que había fallecido repentinamente y decidimos comprarlas. Fue una especie de homenaje al amigo desaparecido, poco después digamos que mi compañero de compra renunció a la aventura y me encontré solo con las vacas, unas quince, que no eran muchas pero tampoco pocas y ante la disyuntiva de eliminarlas o seguir, decidí seguir. En ese punto recurrí a Rafael Molina, ganadero con una larga tradición familiar en el mundo del bravo, quien me facilitó la compra de dos lotes de vacas de El Parralejo y Jandilla».
Ignacio trabaja entre Valencia y Madrid a caballo del AVE y los fines de semana acude al campo para atender la ganadería que no es tarea liviana. Sabido es que para quien quiera trabajar el campo tiene un tajo infinito: hacer lotes, tentar, elegir los sementales más ad hoc para cada madre, las más cornalonas con los toros de menos cara, las más templadas con los de más carácter y así hasta el infinito en una combinación de variables que supone un tratado de alquimia genética nunca acabado de aprender a la búsqueda de un cúmulo de virtudes que en tantas ocasiones se considera pura quimera.
La vacada pasta en la finca El Hueco, en el entorno de Las Navas de Tolosa. Llegando desde Valencia se diría que en el mismo arranque de Sierra Morena. Pasas Despeñaperros, llegas a Santa Elena, cruzas la plaza mayor y un carril bien cuidado te deja en la misma cancela. Un paraje de deslumbrante belleza en la cola del pantano de La Fernandina. Sus lindes reúnen trescientas hectáreas con una larga tradición en la cría del bravo. Allí estuvieron los ganados de Primitivo Valdeolivas y más recientemente los de Raimundo Pérez. La parte más quebrada la ocupa el ganado manso que debe ayudar a la sostenibilidad económica de la explotación y la más llana, se puede decir la ondulada, se reserva para el bravo con la intención de facilitar la tarea de los sementales en sus obligaciones reproductoras.
Estos días, los hombres de campo celebran las bondades de una excelente primavera. La lluvia ha obrado el milagro. Han salido las torrenteras, corre el agua por los regatos, los cercados son un manto verde y los retallos de las encinas anuncian una excelente cosecha de bellota para el próximo otoño. Es el gran espectáculo de la biodiversidad, mantenido por manos privadas, al que los ecologistas de salón ponen en peligro atacando la tauromaquia desde las grandes urbes. A la alegría de los ganaderos que por un tiempo no tendrán que gastar en pienso, se une la del retozar brioso de los becerritos y la tranquilidad de las vacas madres que lucen lustrosas y llenas de vida «pidiendo toro». En esas circunstancias, la naturaleza es sabia, la cubrición alcanza porcentajes máximos de preñez y las vacas horras son las menos.
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En estos momentos en El Hueco hay setenta madres procedentes de las compras de El Parralejo y Jandilla más una decena de las Osborne que estuvieron en el origen. La reproducción es cosa de cuatro sementales, de Bocasa, procedente de El Parralejo e indultado en Alicante por su excelente juego –»da muy bien, aunque tiene poca cara», apunta Ignacio–y de Manijero y Labriego, además de un cuarto semental, de nombre General, nacido ya en El Hueco, hijo de las vacas de Jandilla que llegaron preñadas. «Todos los machos que parieron los metí en la plaza para tentarlos en busca de sementales», añade el ganadero.
El hierro de la ganadería es una V, el mismo que creó el matador de toros aragonés Nicanor Villa 'Villita' que, aunque no tiene antigüedad, esa se adquiere cuando se debuta en Madrid. Ignacio ha decidido no variarlo. «Villita formó su ganadería en 1902, o sea, que aunque no tiene antigüedad oficial, sí es muy antiguo. También conservé los colores de la divisa, que es encarnada y blanca, y me gustaba». Conservar la V no deja además de ser un guiño a Valencia al igual que la denominación de la ganadería, según explica el ganadero. «No me apetecía que se lidiasen a mi nombre, así que se me ocurrió lo de Valdelapeña, por Valencia y por el nombre de la finca, Peña Rubia, en la que estuvimos antes de llegar a El Hueco».
También en cuestión tan trascendental en una ganadería de bravo como es la elección del mayoral, apostó por lo clásico y le entregó la responsabilidad a Ángel Molina, hombre de amplios conocimientos camperos, nieto del gran José, que ejerció el cargo varias décadas en la ganadería de Apolinar Soriano.
El concepto de Ignacio sobre el toro que desea parte de una idea muy clara, «si no piensas en grande no se llega a algo grande», y a partir de ahí asegura seleccionar pensando en lidiar corridas de toros y sueña con estar anunciado en Madrid, Sevilla y Valencia, plaza donde ya ha debutado en festejo menor.
–¿Qué modelo de toro buscas, hacia qué concepto de bravura te inclinas?
–Yo soy de los que piensa que los ganaderos creamos una materia prima para que un señor cree arte y que hay que ayudar a que lo cree. Dicho esto, quiero que se me entienda, no hay que extralimitarse en las facilidades. El señor del tendido tiene que reconocer al torero como un artista que además es un héroe que hace arte ante un animal. Esa es la clave.
–La clave y un poco la cuadratura del círculo.
–O casi. Que el torero pueda expresarse, hacer arte sin quitarle la dignidad al toro es el objetivo. Un referente es el toro de Santiago Domecq que indultó Román en Valencia. Fue un triunfo del torero, se pudo expresar y se expresó pero no lo pasó bien y nadie del tendido pudo pensar que aquello lo podía hacer él.
De momento ha lidiado con éxito erales. En Valencia esta misma temporada, en Castellar, en Alicante, en Bocairent, en Cantimpalo, en Sanchidrián… y en todos ha habido vuelta al ruedo para algunos de los ejemplares. El dato lo deja caer, tímidamente pero orgulloso, el propio ganadero. A partir de ahora es cuestión de insistir, perseverar, aprender, no hay que olvidar que el campo es una lección de vida constante, aguantar los fiascos, que llegarán; torear a pícaros y tunantes, que los encontrará; disfrutar de los éxitos, que también deberán llegar. La historia, criar bravo en el siglo XXI desde Valencia, es un reto tan difícil como apasionante, por el que hay que apostar. Lo dicho, «si no piensas en grande no se llega a algo grande», es la divisa que asume el propio ganadero y en ello está, él y todos sus colegas. Dar con el secreto de la bravura y meter el hombro en la conservación del medio ambiente es tarea de gigantes.
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